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Cuando la culpa se vuelve una voz interna que juzga sin tregua, puede llegar a consumirnos por dentro. Es esa culpa que no deja respirar, que paraliza y nos encierra en un círculo de autodestrucción. Una especie de juez íntimo que no perdona ni olvida.

A veces vivimos como si estuviéramos atrapados en un laberinto de espejos. Repetimos gestos, elecciones, formas de amar y sufrir que no siempre nos pertenecen. Son historias heredadas, deseos prestados, miradas que nos anticipan.

Cuando alguien o algo lo perdemos, parece que la única forma de recordarlo es idealizándolo. Se nos hace más fácil contar sólo lo bueno, como si hablar de sus sombras fuera una falta de respeto. Pero esta tendencia, más que un homenaje, suele ser una defensa frente al dolor de la ambivalencia: cómo aceptar que una misma persona nos generó...

Es habitual escuchar frases como «me quiero morir», «quisiera desaparecer», o «irme lejos». A veces las decimos nosotros, a veces otros. Nos inquietan porque rozan el umbral de lo autodestructivo, pero no siempre van por ahí. Más bien, hay en ellas una angustia que no apunta tanto a dejar de vivir, sino a dejar de ser lo que uno es....