Decirse a sí mismo

A veces vivimos como si estuviéramos atrapados en un laberinto de espejos. Repetimos gestos, elecciones, formas de amar y sufrir que no siempre nos pertenecen. Son historias heredadas, deseos prestados, miradas que nos anticipan.
¿Quiénes somos cuando el otro —padres, parejas, maestros, el mundo— nos define antes incluso de que podamos hablarnos? En esa red de reflejos, encontrar lo propio no es simple. Pero algo en nosotros resiste a ser solo eco. Algo pulsa por decirse distinto.
—Paciente: Anoche soñé que estaba en un bosque buscando algo… pero no sé qué era.
—Analista: Buscar… ¿Cómo te sentías en ese bosque?
—Paciente: Extrañamente calmado, aunque perdido.
—Analista: Perdido, pero calmado. ¿Recuerdas algo más del sueño?
—Paciente: Había un camino que no tomé. Me desperté antes.
—Analista: Un camino no tomado… ¿Te resuena eso en tu vida?
Romper la repetición no es rechazar el pasado, sino atravesarlo. Reconocer los hilos invisibles que nos tejen, para escribir —quizás por fin— desde un lugar más propio. No como reflejo, sino como voz.