Cuando lo perdemos

Cuando alguien o algo lo perdemos, parece que la única forma de recordarlo es idealizándolo. Se nos hace más fácil contar sólo lo bueno, como si hablar de sus sombras fuera una falta de respeto. Pero esta tendencia, más que un homenaje, suele ser una defensa frente al dolor de la ambivalencia: cómo aceptar que una misma persona nos generó amor y rabia, gratitud y frustración.

Idealizar es una manera de calmar el conflicto interno. Pero si queremos realmente procesar una pérdida, necesitamos permitirnos recordar al otro en su complejidad. No para juzgarlo, sino para entender el lugar que ocupó —y que sigue ocupando— en nuestra vida.

Aceptar esa mezcla de sentimientos, sin negarla ni corregirla, nos acerca más a la verdad. Una verdad que no idealiza ni demoniza, sino que reconoce que amar también es eso: poder incluir lo que dolió sin borrar lo que sostuvo.